Un hombre de fe: Don Álvaro del Portillo

agosto 28, 2014 9:11 am Publicado por

Al recordar una serie de vivencias personales, la Dra. Ana María Pacheco resalta muchos ejemplos concretos de la profunda vida de fe de Mons. Del Portillo.

“La existencia cristiana consiste en un continuo subir al monte del encuentro con Dios para después volver a bajar, trayendo el amor y la fuerza que derivan de éste, a fin de servir a nuestros hermanos y hermanas con el mismo amor de Dios”

Estas palabras de Benedicto XVI reflejan perfectamente lo que fue la vida de don Álvaro del Portillo y Diez de Sollano, a quien tuve la ocasión y la fortuna de tratar durante varios años, época en que pude atestiguar su adhesión plena y alegre a nuestra fe católica.

Recibió la formación directamente del Fundador del Opus Dei y trabajó a su lado durante cuarenta años, convirtiéndose en la roca -“saxum” le llamaba san Josemaría por el apoyo que supuso para él desde el principio-. Don Álvaro fue fuerte porque era un hombre de fe y por eso pudo apoyarlo durante toda su vida terrena, que fue larga y fecunda, siempre al servicio de Dios y de los demás. Y en muchas circunstancias de su vida puso claramente de manifiesto su fe.

La manera como llevó a término la configuración jurídica definitiva del Opus Dei ejemplar: rezando y haciendo rezar a miles y miles de personas. Declaró tres años marianos y nos invitaba a acudir a la Virgen Santísima pidiendo por esa intención tan importante que redundaría en un bien inmenso para la Iglesia y para las almas y, que ahora vemos de forma patente que responde a una voluntad clara y expresa de Dios.

Otra manifestación de la fe heroica de Don Álvaro que recuerdo vivamente fue el impulso que dio al proceso de beatificación del Fundador del Opus Dei. Sin frenarse ante las dificultades y obstáculos que aparecían sin cesar, él se crecía, ponía medios humanos precedidos de los sobrenaturales, haciéndonos rezar sin cansancio y sin descanso.

El inicio e impulso de la hoy Universidad de la Santa Cruz en Roma fue también una lección magistral de fe y de amor de Dios y a la Iglesia: desde conseguir el inmueble, el profesorado, los alumnos, los medios humanos, etc. Don Álvaro jamás se detuvo ante las dificultades. Siguió esta labor como “la niña de sus ojos” seguro de que así lo hubiera hecho san Josemaría que, desde que pisó tierra italiana en el lejano 1946, soñaba ya con esta labor.

La fidelidad a lo largo del tiempo es el nombre del amor

 

Don Alvaro

Durante los años que conviví con don Álvaro pude comprobar su celo por propagar y conservar la fe entre toda clase de personas. En 1983, por ejemplo, tuvo varios encuentros en México con campesinos, empresarios, madres de familia, empleadas del hogar, obreros, estudiantes, etcétera, y a todos dejaba encendidos y con deseos de amar más a Dios.

Hizo muchos viajes fuera de Roma con el afán de dar doctrina y de procurar que la gente que encontraba en los diversos países, viviera mejor su fe.

 

En Roma hacía una constante catequesis, recibía personas de toda condición desde los padres de campesinos hasta gente de la nobleza, intelectuales… Para todos tenía palabras oportunas, encendidas de fe y de amor.

Contagiaba a los demás su afán de dar doctrina y su celo apostólico porque era un hombre enamorado de Dios y esto no puede menos que contagiarse siempre. Lo hacía además con mucha naturalidad, sin aparecer, sin espectáculo, presentando a sus oyentes panoramas apasionantes de entrega y con la sencillez de lo divino.

DURANTE LOS AÑOS QUE CONVIVÍ CON DON ÁLVARO PUDE COMPROBAR SU CELO POR PROPAGAR Y CONSERVAR LA FE ENTRE TODA CLASE DE PERSONAS.

 

Profesaba una gran fe y devoción a la Santísima Trinidad y a Jesucristo en la Eucaristía. A Cristo lo quería con locura, lo manifestaba en su predicación, en las cartas mensuales que nos escribía y en su vida diaria. Nos enseñaba y animaba a tratar a las Tres Divinas Personas separadamente como lo aprendiera también de san Josemaría. La existencia de don Álvaro fue un continuo confiar en los designios amorosos del Padre, imitando al Hijo y tratando con asiduidad al Espíritu Santo.

También tenía una gran devoción a la Virgen Santísima. Declaró seis años marianos durante el tiempo que estuvo al frente del Opus Dei y siempre nos enseñaba a meter a la Virgen “en todo y para todo”. Como buen pastor iba siempre por delante en las metas que nos ponía y en este campo tuve la oportunidad de constatar su devoción y cariño filial a Nuestra Señora, tanto en México, en la Basílica de Guadalupe, como en Roma.

Deseaba lucrar indulgencias como manifestación de fe. En 1983, que fue el Año Santo de la Redención, era lo primero que hacía nada más llegar a algún país o a alguna ciudad, y luego nos lo decía con la ilusión y la piedad de una persona santa que se aprovecha del tesoro de nuestra Madre, la Iglesia. Tenía una gran fe en la Iglesia como depositaria de los medios de santificación: los sacramentos.

Otro episodio de su vida que recuerdo y que pone de manifiesto su fe es la alegría y piedad con que se preparó para recibir la ordenación episcopal de manos del hoy beato Juan Pablo II. El 5 de enero de 1991 estaba yo casualmente en la Basílica de San Pedro, eran cerca de las 12 del mediodía y vi el ensayo de la ceremonia de los futuros obispos –pues el Papa los ordenaba el día 6-. Recuerdo claramente la unción y devoción que ponía en todos los movimientos… ¡y se trataba sólo del ensayo! Salí edificada al ver su recogimiento, sencillez y humildad.

Cultivaba y difundía la devoción a las almas benditas del Purgatorio. Las trataba como a “sus buenas amigas”y tenía verdadera ilusión de sacarlas de ahí y mandarlas al Cielo. Mensualmente nos escribía una carta y nos recordaba esto -a lo largo de los años- en la carta de noviembre. Recuerdo con especial viveza su oración personal en voz alta ante el ayate de la Virgen de Guadalupe. En aquella ocasión, en un momento, le dijo a la Morenita: “Te pido por los hijos tuyos que más lo necesiten y, si aún hubiera hijos míos en el Purgatorio, sácalos ahora mismo”.

Debo poner fin a estas líneas y lo hago con unas palabras de Benedicto XVI que pronunció en el Santuario de Fátima el 12 de mayo del 2010: “La fidelidad a lo largo del tiempo es el nombre del amor”. Don Álvaro fue un hombre fiel porque amaba; vivió una fe heroica porque estuvo enamorado del Amor.

Fuente: http://www.opusdei.org.mx/es-mx/article/don-alvaro-del-portillo-un-hombre-de-fe/ 

 

Etiquetas: ,

Categorizado en:

Esta entrada fue escrita porcomunicacion

Los comentarios están cerrados.